jueves, 27 de marzo de 2014

Leyendas urbanas

De vez en cuando es bueno preguntarse cosas.

Hoy he volado de Madrid a Nueva York y a la media hora de despegar, un viajero ha comenzado a mostrarse inquieto. Recorría el pasillo y hablaba al vacío, como si se hubiera escapado del manicomio. Le han cambiado de sitio y la situación ha ido empeorando.
Nuestro pasajero ha empezado a increpar a otros viajeros que cada vez estaban más agitados.
La primera en plantarle cara fue una azafata joven y pequeña, que directamente chilló a nuestro loquete. Lo chilló y se fue.
El loquete siguió haciendo lo mismo.


Mi compañero de asiento, todo un machote español, se levantó y fue a ver qué pasaba, pero de cerca, aunque a los tres pasos le dijo el capitán que se volviera al sitio.
Hemos pasado una hora jugando al gato y al ratón con el pasajero, al que sólo intentaban contener los varones que atendían el avión y que utilizaban primero órdenes a media voz y luego ordenes gritadas.
Han pasado a nuestro loquete al asiento de ventanilla y han puesto al azafato más rudo y fornido como tapón en el asiento de pasillo.

¿La tripulación de cabina tiene alguna noción para tratar estas situaciones?
¿Al rudo y fornido azafato le pagan más por este cometido?

Hemos volado así hasta 10 minutos antes de aterrizar, que han traído a dos tipos que se han puesto en los asientos paralelos al loquete y al rudo y fornido. 
¿Os acordais de lo que dijeron sobre los policías de incognito viajando en todos los vuelos?
Pues que debe ser verdad.

Al aterrizar han entrado cuatro hombretones a acompañar cordialmente a nuestro loquete que ha salido sin grititos ni pataditas.

Lo mejor de todo es que me ha dado tiempo a ver los cuatro primeros capítulos de Ray Donovan y ahora soy una mujer muy enamorada.